Los últimos años se habla mucho de “memoria histórica”, redundancia inculta según los puristas, porque “memoria” e “historia” vienen a significar lo mismo, y algunos desmemoriados no paran de enfatizar al respecto.
Pero acabo de enterarme de que Málaga carece de memoria.
Tengo familiares en Argentina, que hace unos meses me pidieron datos de nuestros antepasados, nacidos casi todos en el siglo XIX. Como los juzgados de Málaga sólo tienen informatizados documentos posteriores a 1950 y para todo lo anterior hay que proporcionarles las fechas exactas de nacimiento, he recurrido a los archivos diocesanos, porque sólo conocemos esas fechas aproximadamente. Pero… Oh, tristeza… Málaga perdió gran parte de su memoria histórica. Creemos que nuestros antepasados fueron bautizados en El Carmen, San Felipe o Santo Domingo; y tenemos la mala suerte de que TODOS LOS ARCHIVOS DE ESAS PARROQUIAS FUERON QUEMADOS EN 1931 O 1936.
Jean Paul Sartre afirmaba que “incluso la historia puede cambiarse; los historiadores no paran de hacerlo”. Es generalizada la impresión de que la historia la escribieron vencedores; en este caso, parece que los vencedores contaron una mentira y los perdedores pretenden que su mentira sea superior, porque si durante treinta y seis años nos vimos obligados a aburrirnos con un cuento de Calleja, ahora llevamos treinta y ocho mustiándonos de tedio con el cuento opuesto.
En medio de toda la retórica enfática y la grandilocuencia, sólo una cuestión está clarísima para mí: NO SÓLO QUEMARON LA CULTURA Y EL VALIOSO ARTE IMAGINERO DE MÁLAGA, TAMBIÉN NOS DEJARON PARCIALMENTE SIN MEMORIA.
En muchos sentidos, esta ciudad lanzada locamente hacia el futuro no se ha repuesto todavía de aquello.
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