lunes, 28 de febrero de 2011

Dolmen de Menga

domingo, 27 de febrero de 2011

LOS DOS PRIMEROS CAPÍTULOS DE UNA NUEVA NOVELA

LA NOCHE DEL ALBA

I

1145, Año del Señor

Se detuvo ante la puerta mal encajada que su padre había armado con toscas tablas de pino, gavillas de bálago y troncos de sabina como toda la cabaña, una retorcida construcción tomada por el musgo que apenas era perceptible a cierta distancia, porque se confundía con la niebla y el follaje del bosque. Volvía con el ánimo más sombrío que recordaba, con la piel erizada en su cuerpo enjuto, como si un ángel compasivo intentara dotarlo de armadura para que fuese menos vulnerable. Un lobo había devorado una de las seis cabras que poseía su familia y no se había atrevido a ahuyentarlo, lo que le iba a ocasionar la mayor paliza de su vida.
Aunque siempre volvía del pastoreo ávido de engullir un plato de gachas, se paró en vez de irrumpir en la choza a la carrera según su costumbre, porque dentro tenía lugar una charla. Que sus padres conversaran en ese momento le proporcionaba una ventaja inesperada, puesto que descifrando los tonos y gracias al humor que revelasen sus voces, podría anticipar la magnitud del castigo que iban a propinarle.
Pero las palabras se clavaron en su frente como espinas.
Amiel no podía creer lo que escuchaba, aunque los labios que lo pronunciaban perteneciesen sin duda a su padre y a su madre. Su entendimiento era incapaz de asimilarlo, a pesar de saber que la decisión no era insólita. Se trataba de una práctica frecuente en los parajes donde habitaba, el oscuro y agreste bosque de la Cascada Tronante, aislado del cielo por árboles que alcanzaban los doscientos pies de altura y distante más de dos leguas de la civilización que representaba Carcasona. Una ciudad fortificada con torres altas como las nubes, la ruidosa urbe de pétreas callejas, chimeneas humeantes y arcos innumerables que sólo conocía de oídas y que entreveía allí abajo, a lo lejos, difuminada por la niebla que se alzaba del río Aude.
Esos impresionantes edificios de piedra, tan protectores, quedaban demasiado lejos de quienes tenían que estremecerse a diario para sobrevivir a las acechanzas del bosque, mientras trabajaban afanosamente en busca del sustento de sus familias. Y por ello, prácticas como la que sus padres se proponían, y otras igual de crueles, formaban parte natural de la rutina de sus vidas.
Pero aunque le causaba más escalofríos que dolor oírselo resolver a su padre, que su bondadosa madre de los consuelos infantiles se hubiera mostrado de acuerdo, vulneraba y conmocionaba tanto su entendimiento del mundo como las prédicas de los anacoretas del bosque, cuando ensalzaban con vehemencia las virtudes sobrenaturales y la calidad divina del alma humana, para resaltar el horror del pecado.
Nazario, su padre, no era un ser al que amase demasiado porque no había amor al que corresponder, puesto que el granjero de barba hirsuta y brazos como troncos de abedul sólo tenía ojos y pasión para Roger, el primogénito, y para Raimunda, la única hija. No para él, taciturno y desdeñado segundón sin destino ni porvenir. En cambio, los primeros pensamientos que Amiel recordaba cuando su entendimiento se abrió a la vida eran los de la alegría y el éxtasis por las carantoñas y mimos de su madre.
Ahora tenía sólo doce años, o tanto como doce años. Según. Una vida muy larga la suya, si se contaban sus penalidades y el trabajo arduo que ya desempeñaba hacía tiempo, que llegaba a causar la muerte a otros aún más jóvenes; pero a él le parecía corta, porque su curiosidad y el ansia de descubrir qué había más allá del bosque y de Carcasona no se habían satisfecho aún.
¿Por qué Isabela, su madre, se había mostrado de acuerdo? El sí que había pronunciado convulsionaba el universo y volvía el mundo del revés. Era ella la que había asentido aunque gimiese; ella, la que lo había parido y tanto se vanagloriaba de la belleza y donosura de su segundo hijo ante las matronas de las granjas del bosque. Daba igual que su asentimiento pareciera dolerle tanto como podía denotar el tono gutural de su voz y el suspiro quejumbroso que se le había escapado. Había respondido que sí.
Aunque de modo más intuitivo que racional, Amiel comprendió que al desmoronarse el elemento más firme de cuantos componían su universo, había perdido todas las defensas. Carecía de parientes, vecinos o amigos a quienes pedir protección y amparo. Debía huir.

-¿Sabes dónde ha ido tu hermano Amiel? –preguntó el granjero Nazario a su hijo mayor cuando ya anochecía.
A punto de cumplir quince años, Roger se enorgullecía de su primogenitura. Y se jactaba. Quería a sus hermanos, pero de un modo distante, como si Raimunda y Amiel tuvieran que rendirle pleitesía debido a que viviesen tan sólo porque él se lo había permitido y tuvieran que agradecérselo a todas horas, puesto que contando tres años más que el niño y cinco más que la niña podía haberlos matado con facilidad en la cuna. Nadie se lo habría recriminado con mucha severidad, pues así eran las cosas en el bosque. Sabía que algunos de los pocos camaradas que tenía en los alrededores habían matado a uno o varios de sus hermanos en las mismas circunstancias, y sus actos habían causado más alivio que pena a sus familias, al librarse de bocas a las que alimentar. La vida era dura y ardua la lucha por la supervivencia, en competencia permanente con las acechanzas de la espesura de arbustos y maleza, madriguera de seres temibles y amenazadores, y sólo quienes tenían el coraje de actuar donde otros se amilanaban merecían el premio de medrar, crecer, disfrutar la juventud y alcanzar la madurez.
Él había aprendido a sobrevivir, y hallaba que merecía ufanarse.
-No lo he visto, padre, pero las cabras están ahí, en el redil.
-Sólo cinco, Roger. Falta una. ¿No me ocultas algo?
-¡Yo! ¿Cuándo os he mentido para tapar los estropicios de mis hermanos?
Nazario cabeceó. Su memoria no era muy certera, pero, efectivamente, no conseguía recordar alguna mentira protectora o pretextos para favorecer a sus hermanos que hubiera detectado nunca en las palabras ni ademanes de su hijo mayor.
-Escucha. Malicio que Amiel haya huido por haber escuchado un asunto muy importante que hablábamos vuestra madre y yo. Estábamos en plena conversa, cuando escuché balar a las cabras, y aunque salí como el rayo, tu hermano había escapado igual que un gamo, pero noté el movimiento de aquel arbusto, meneado por su paso. Estoy seguro de que se fugaba en aquella dirección. Nuestra familia podría padecer sustos malísimos si Amiel le cuenta a un soldado, un sayón o un ermitaño lo que nos hemos vistos forzados a pensar para él…
Roger asintió, intuyendo al instante qué era lo que su padre temía que hiciera el tonto, huidizo y silencioso Amiel. Podía revelar los propósitos de sus padres a oídos que siempre eran demasiado estrictos con los campesinos, y muy peligrosos por su rigor contra quienes no cabalgaban sobre monturas ni habitaban en casas de piedra.
-No temáis padre –dijo después de una corta reflexión-. Lo encontraré y os lo traeré.

Amiel no se atrevía a abandonar los paisajes de toda su vida. Ignoraba si había algo más allá del bosque que no fuesen las fortificaciones y castillos contemplados a veces, a lo lejos, como objetos de cuya existencia material no tenía seguridad alguna y que le parecían dibujados en una ensoñación o en un mito. Tampoco sabía si en el mundo existía cualquier territorio diferente del suyo, donde no hubiera árboles capaces de ascender hasta las nubes y el vuelo de los pájaros.
En el primer momento de la escapada, temió que Nazario saliera a perseguirle por la ruta que más frecuentaban la suya y las demás familias, las veredas y trochas abiertas entre los matorrales de la jungla por siglos de paso de gente y animales, caminos que descendían hasta los abrevaderos naturales del río Aude. Para eludir la persecución, tomó la dirección opuesta y se adentró hacia espesuras donde jamás habría osado aventurarse en otras circunstancias.
Antes de cerrar la noche del todo, tenía los brazos cubiertos por infinidad de arañazos producidos por las zarzas al abrirse paso hacia las alturas desconocidas. Cuando las brumas y el relente fueron apoderándose del mundo, Amiel sintió el ahogo de la carrera cuesta arriba, sumada al cansancio de la prolongada jornada del pastoreo y el apremio de su estómago vacío. Ansiaba a cada paso rendirse echándose al suelo en busca, precisamente, de lo que estaba huyendo, la muerte. Morir sería la liberación, una manera de descansar de la extenuación que agarrotaba sus brazos ensangrentados por las espinas, y sus piernas laceradas, insensibles de tanto dolerle.
Conforme la vegetación iba siendo más densa y mayor la oscuridad, empezó a sentir también el peso del desasosiego. Se acercaba demasiado a donde no debía. Conocía su existencia por consejas atardecidas de Isabela y alguna vecina, pero nunca había creído que se tratara más que de leyendas o invenciones para asustar a los niños pequeños. Los magos de la Cascada Tronante debían de ser tan inmateriales como el dragón devorador de los niños que se portaban mal y que, según decían, habitaba en la cresta nevada de una montaña que a veces se podía observar desde un claro del bosque, cuando la niebla no era demasiado espesa. Aseguraban que desde aquella altura refulgente de sol, el gran lagarto gigante alado, de cuyas fauces brotaba fuego, podía observar cuanto hacían todos los niños aunque sus padres no los mirasen y, cuando no obedecían los mandatos, el dragón se lanzaba hacia ellos como una centella para dárselos a sus crías como alimento. En algún momento reciente, no recordaba cuándo con exactitud, le había asaltado la idea de que el dragón podía ser un invento para justificar las desapariciones de niños cuyos padres no mostraban dolor por su ausencia ni lloraban su muerte.
Como sospechaba que los magos de la Cascada Tronante eran igual de quiméricos, se dirigió hacia el profundo tajo que señalaba el límite superior del bosque, límite que a nadie le estaba permitido ultrapasar, so pena de calamidades nunca especificadas pero que debían de ser terribles. No se trataba exactamente de una prohibición, sino de un tabú que disuadía a los adultos tanto como a los niños.
Fue acercándose y según aumentaba el fragor del agua que se precipitaba por el profundo tajo, Amiel comenzó a observar algo muy extraño. La vegetación continuaba siendo igual de oscura, densa y neblinosa, pero no parecía tan salvaje ni tan caótica como en los alrededores de su casa; daba impresión de haber sido domesticada y que alguien la cuidase. Había cierto orden en los macizos que creían en torno a los grandes árboles y dejaron de abundar las malas hierbas, aumentando poco a poco las aromáticas y otras cuya utilidad alimenticia conocía bien, hasta llegar a un punto donde todo era semejante a un hermoso huerto. La proximidad de la cascada era notable ya no sólo por el fragor, sino también por la humedad extrema que saturaba el aire hasta mojarle el sayo, aunque aún no pudiera contemplarla. Estuvo a punto de derrumbarse por el terror cuando sintió una mano que le aferraba el hombro.

-¿Cómo te llamas? –preguntó el viejo de larga barba blanca y cejas como los airones de un pájaro.
No guardaba parecido con nadie que conociera. La gente envejecía pronto en el bosque, la piel se volvía cuero curtido y reseco a los veinticinco años y a los cuarenta era como la corteza de las encinas, surcos profundos y ásperos entre escamas de eccemas y mugre. Tan pobladas de vida como cualquier árbol, las cabezas de los seres humanos del bosque eran como copas vegetales llenas de piojos e hirsutas por las liendres. El viejo que le acunaba y parecía tratar de reanimarlo de su momentáneo desmayo, tenía una edad que no podía imaginar, miles de años tal vez, pero su tez, aunque fláccida, no era áspera ni surcada de arrugas como tajos, sino sonrosada y de apariencia suave. Su cabello largo y casi completamente blanco, no era una masa de estopa desordenada y sucia, sino una especie de cascada de agua limpia. Tampoco su boca era la profunda y maloliente caverna desdentada de cuantos conocía; había dientes en esa boca cuya sonrisa no le sosegaba, porque un hombre con esa apariencia no era natural. No podía ser un hombre como los hombres que conocía, a pesar de que los brazos que lo acunaban eran de carne y hueso.
-¿Cómo te llamas?
Amiel quería responder, pero su garganta se hallaba ocluida por el espanto, reseca como la maleza que Isabela usaba para encender el fuego. El terror se había vuelto sólido en su laringe, igual que si se hubiera atragantado con una castaña muy grande y áspera engullida entera.
-No tengas miedo –tranquilizó el anciano, mientras lo arropaba con un suave manto de lana blanca-; dejarás de tiritar en seguida.
Tenía un acento muy extraño, aunque las palabras que usaba eran, o parecían, semejantes a las de todos los habitantes del bosque.
-Me llamo Amiel –consiguió balbucir.
-Toma un poco –ordenó el viejo, al tiempo que acercaba a sus labios una vasija de barro.
Amiel sabía que los magos de la Cascada Tronante se comían a los niños crudos después de envenenarlos. Estaba perdido. La sed que resecaba su boca era muy aguda, y el dulce líquido resultaba demasiado apetitoso como para rechazarlo. Sintió en los labios el licor como un néctar de los dioses y, tras un momento de titubeo, los abrió y dejó que se deslizara por su garganta. Se trataba de algo tan prodigioso, tan maravillosamente exquisito, que se dijo que si había de morir por su causa le estaría bien empleado. Sabía a miel, leche, flores e hinojo, pero al mismo tiempo embriagaba y arrebataba el espíritu. En un estado de placidez y deleite que no podía ser de este mundo, fue cerrando los ojos mientras sentía que sus miembros se aflojaban y todo su cuerpo encontraba la paz. Si eso era la muerte, le gustaba morir.


















II
Atrapado

Cuando Amiel despertó, no le sirvió de nada abrir los ojos. Se encontraba en un lugar tan oscuro, que no consiguió distinguir siquiera la paja ni la manta del jergón sobre el que reposaba.
Primero, se palpó el pecho. Le pareció que su cuerpo continuaba vivo. Después, tanteó alrededor del jergón, descubriendo que se trataba de un suelo de piedra muy irregular, con algo de tierra y guijarros sueltos. Pero no podía estar en el bosque, porque reposaba sobre una superficie seca y cálida y, además, aún en lo más profundo de la noche había conseguido siempre ver o entrever ciertos volúmenes gracias al leve reflejo que derramaban las estrellas sobre la floresta, mientras que ahora, donde quiera que estuviese, no lograba reconocer el menor matiz alrededor de sí. Oscuridad plena, como un pozo profundo. ¿Dónde estaba, en una tumba?
Sintió el impulso de gritar, pero se contuvo porque escuchó un rumor. Pasos sigilosos y dos voces hablando quedo que se aproximaban a él.
-Creo que duerme todavía- murmuró una joven voz femenina.
-Me parece que no, Alía. Siento que sólo finge hacerlo. Trae una tea encendida.
Esta segunda voz era la del anciano que le había obligado a beber el veneno. No, no podía ser veneno puesto que continuaba vivo, o así se lo parecía. La mujer o, más bien, muchacha, volvió en pocos instantes. Traía una antorcha ardiendo, según pudo notar Amiel por la claridad que transparentaban sus párpados cerrados.
-Tienes razón, abuelo –dijo ella-, como con todas las cosas y como siempre. Finge dormir porque tiene miedo de nosotros.
-Amiel, mírame a los ojos –ordenó el anciano.
El muchacho obedeció. Pero tuvo que apretar los párpados de nuevo, deslumbrado no sólo por la luz, sino por el rostro de la muchacha. La fugaz visión le había bastado para comprender dos cosas: había dormido en el interior de una cueva y los magos de la Cascada Tronante no podían ser malvados, puesto que tenían ángeles por nietas.
-Mírame a los ojos –volvió a ordenar el viejo-. No simules un sueño que ya terminó.
Poco a poco, Amiel consintió en contemplar el rostro sonrosado orlado de cabello blanco que tanto temía. En el fondo de la hundida cuenca de sus ojos brillaba una luz muy incisiva, que parecía contener una sonrisa tranquilizadora.
-No tienes que temer nada. ¿Te encuentras mejor que anoche?
Amiel asintió con un movimiento de cabeza. Le parecía que las palabras de abuelo y nieta eran tan diferentes de cuanto había escuchado siempre, que no conseguía imaginar por qué les entendía. Era como si las ideas sonaran directamente dentro de su cabeza. Pero lo más sorprendente fue descubrir que habían desaparecido todos los dolores que la noche anterior le agarrotaban las piernas y los brazos; hasta le dio la impresión de que los arañazos hubieran cicatrizado de repente.
-Claro que se siente mejor, abuelo –dijo Alía-. Tomó un cuenco completo de tu mejor elixir, el de las grandes ocasiones. El de los héroes.
-Déjalo hablar, Alía. No lo apabulles con cuentos de ondinas. ¿Crees que puedes ponerte de pie, muchacho?
Amiel asintió, mientras obedecía. Evidentemente, el viejo tenía prisa por dar el paso siguiente. El veneno de las consejas era, en realidad, un brebaje hipnótico, sugeridor de maravillas y grandes placeres. Pero después de permitírsele disfrutarlo sería sacrificado. Alía debía de tener unos catorce o quince años y era el ser más bello que podía imaginar que existiese en el mundo. Sospechó que le sonreía con algo de ironía, como si estuviese burlándose de él aunque no con excesivo escarnio. Abuelo y nieta emprendieron la marcha hacia un punto donde había algo de claridad diurna, y Amiel fue tras ellos.

No sabía que existiesen lugares como aquél y, deslumbrado por su belleza, volvió a cerrar los ojos al asomarse a la bocana de la cueva. La hondonada, entre el tajo por donde se precipitaba la cascada y un escarpado repecho, la ocupada casi en su totalidad un pequeño lago, más bien una poza tallada por la caída secular del agua. Lo más sorprendente eran las orillas cubiertas de flores con una profusión que no parecía natural. Salvo en la cortina vertiginosa de agua, todas las anfractuosidades del tajo estaban cubiertas de plantas trepadoras, la mayoría pobladas de flores también; azules, violetas, amarillas, rojas y blancas, se trataba de un tapiz multicolor que escalaba rocas arriba, hasta las raíces de los grandes árboles cuyas copas asomaban, remotas, sobre el tajo.
Había muchas personas entre las flores y el follaje, distribuidas alrededor de la laguna y quietas como si esperasen una señal. Todos vestían sayos de lana blanca y se cubrían la cabeza con flores. Más viejos que jóvenes, entre los que abundaban las muchachas. No tan hermosas como Alía, pero también bellas aunque sin punto de comparación. Amiel dedujo que el anciano debía de ser el rey, puesto que todos se pusieron en movimiento cuando alzó ambas manos mostrando las palmas al frente. Formaron una procesión y Amiel observó con pasmo que la fila iba introduciéndose en algún espacio oculto que había tras la cascada.
Sintió que le colocaban algo en la cabeza. Se rebulló movido por sus bien entrenados reflejos, pero no se trataba de un ataque ni una agresión. Alía acababa de coronarlo con una guirnalda de flores blancas, supuso que semejante a la que ella lucía sobre la frente, como todos los demás. A continuación, el anciano colocó ambas manos en su espalda y le empujó hacia la procesión. Comprendió que estaban celebrando un rito y de nuevo se le encogió el corazón de pavor. Sin duda, el objeto principal del rito iba a ser él. Lo sacrificarían y así se confirmarían las consejas que recorrían el bosque.
El fragor no permitía oír nada más bajo la cortina de agua, pero Amiel notó que todos movían los labios como si cantasen. Iluminada por la luz líquida filtrada por la cascada, la estancia que se abría detrás no era propiamente una cueva. Un recoveco, como un nicho, en cuyo lado más alejado del agua habían tallado una grada semicircular. En lo que debía de ser el centro exacto del semicírculo había un monolito cilíndrico, con una base perfectamente redonda también y una cavidad tallada en medio de la parte superior, circular así mismo. Todo era redondo en la estancia; el techo formando una media esfera que aunque fuese natural, parecía retocada por la mano del hombre, lo mismo que la pared, alisada para lograr la misma forma.
Amiel supo ya con toda certeza que el rito se celebraba por él pero no en su honor. Vio una chispa de compasión en los ojos de Alía, que eran como lagos, cuando su abuelo acercó a los labios del muchacho un cuenco de piedra, pulido como media esfera, lleno de un elixir que debía de ser semejante al que había tomado la noche anterior, ya que el sabor era igual de arrebatador. Pero ahora no se lo daban ya para aliviar sus dolores, sino para adormecerlo antes de abrir su pecho.

Escuchaba la salmodia muy remota, desdibujada por el estruendo del agua en su caída, lo que quería decir que el elixir no le había hecho perder del todo la conciencia, al contrario del que tomó la noche anterior. De todos modos, no podía moverse ni abrir los ojos, paralizado completamente aunque sus oídos y su entendimiento continuasen activos. Pensaba con claridad pero, curiosamente, no sentía espanto ante lo que suponía que iban a hacerle.
Cantaban pero no con una melodía, sino con una cadencia extraña y monótona que parecía resultado de la hipnosis colectiva. Pero tanto Alía como su abuelo habían quedado exentos del arrebato, puesto que les escuchaba hablar muy cerca, de nuevo como si las palabras se dibujasen dentro de su mente.
-Su sangre no va a salvarnos, abuelo –el tono de Alía resultaba vagamente lastimero.
-Sí lo hará.
-¿No decías que no celebrabas sacrificios humanos porque habías descubierto que son innecesarios? ¿No me habías prometido que nunca habríamos de repetirlos?
-Estamos muriendo, Alía. Nuestro mundo se acaba. Es indispensable ofrecer su sangre a los dioses, a Dana, a Lug, a Brigit, a Epona, a Goibniu y a Angus. Nuestro pueblo y nuestra civilización desaparecen. Llevamos mil años muriendo y nuestra hora final se acerca. Ya no sé qué más hacer para evitarlo. Soy un druida indigno.
-La gente del bosque se lanzará de nuevo contra nosotros, abuelo. Igual que me contaba mi madre que hicieron cuando mataron a mi padre.
-¡Calla, Alía, por Lug! No te atormentes ni me atormentes a mí. Sabes que los clanes celtas han sido barridos en toda la Galia, en la Helvetia, en la Galatia y en la Germania. Llevan más de mil años arrasándonos, empujándonos a lo más profundo de los bosques, a los pantanos y a las tierras más salvajes, nosotros que poseímos mansamente todo el continente. Apenas quedan en pie unas pocas piedras labradas que hablen del brillo de nuestro pasado de libertad y alianza con la diosa Naturaleza. Fenicios, griegos y romanos han ido exterminándonos y ahora, invasores que adoran sangrientos signos de muerte y crueldad, nos acusan de canibalismo y nos queman en hogueras terribles, tildados de brujos. A nosotros, que, al contrario que ellos, amamos a la gente y a las cosas naturales como el mejor, más apetecible y más maravilloso de los paraísos. Pues démosles razones para esa convicción, al tiempo que satisfacemos y aplacamos a nuestros dioses más temibles, los que están consintiendo que nos extingamos.
La voz de Alía sonó firme y severa al argüir:
-Dicen que en Hispania quedan algunos clanes, junto al mar del Fin de la Tierra. Y también en las grandes islas del norte… Recuerda que no es indispensable matarlo para verter su sangre y ofrecerla.
Se produjo un momento de silencio. Amiel consideró que la hermosa muchacha que abogaba a favor de su vida había sido vencida y llegaba el momento en que el anciano abriría su pecho y le extraería el corazón para ofrecerlo a sus dioses.

jueves, 24 de febrero de 2011

MALAGA NO DEBE IZAR LA BANDERA BLANCA Y VERDE


La autonomía dominada por Sevilla está siendo un pésimo negocio para Málaga.

ÚLTIMAMENTE, LOS JUNTEROS NI SIQUIERA INTENTAN DISIMULAR.

Toda petición de Málaga es respondida con un NO

POR DIGNIDAD, POR VISIÓN DE FUTURO,POR NUESTROS HIJOS... MÁLAGA DEBE IZAR SÓLO LA BANDERA DE MÁLAGA.

lunes, 21 de febrero de 2011

LA HORA DE 3.000 AÑOS Una historia mítica de Málaga

Hace veinticinco años que trato de que alguien se interese por esta colección,treinta y tres cuentos en los que fabulo sobre hechos más o menos históricos, muy representativos del carácter y la personalidad de Málaga.

COLECCIÓN para promover el conocimiento y difusión de las nociones esenciales de la historia de Málaga y el litoral de Alborán, mediante relatos fantásticos –aunque no imposibles- sobre elementos auténticos de la historia antigua, plasmación en narraciones de leyendas y tradiciones, o recreación amena de hechos que han sido registrados por la historia, aunque sólo esquemáticamente.
Estima el autor que así podrá fabular nociones de la historia "seria" de modo ameno, y documentar a las nuevas generaciones sobre la antigüedad real, multi milenaria, de los poblamientos de la vertiente Sur Penibética.
Título de la colección:
LA HORA DE 3.000 AÑOS
Una historia mítica de Málaga contada mediante 33 cuentos

Títulos:
I - El templo del Cataclismo.II – El túnel del agua III - La cabeza del dios IV - Llamadla Reina V - El muchacho de Tiro VI - Púrpura VII - La hetaira del ágora. VIII - El jardinero de las palmas. IX - El senador y la esclava X - El fabricante de garum. XI - Enamorados del atrio. XII - Dos llamitas azules. XIII – El templo de Chindasvinto. XIV – La revuelta imposible. XV - Un árbol para ahorcar. XVI - El perchelero de Nápoles. XVII - La puerta de Atarazanas XVIII - Todos somos uno.XIX - LA TORRE OFRECIDA. XX - La alcubilla de Capuchinos. XXI - La noche de los cuchillos largos de Napoleón. XXII - El noray del gitano Heredia. XXIII - El fantasma de la orza. XXIV - La emparedá. XXV - El cenador de la bella. XXVI - Mardito bisho XXVII - Ancha del Carmen. XXVIII - La Virgen de la Peña XXIX - El boquerón de la suerte. XXX - Poseidón furioso.

domingo, 20 de febrero de 2011

DAMA EN ELCHE, SIRENA EN CALPE.

Cuentan que un gigante descubrió a una bellísima muchacha bañándose en un arroyo de las sierras alicantinas. Arrebatadamente enamorado, acondicionó para ella una cueva como un palacio decorado de gemas y otras maravillas, pero al cabo de muy pocos días de felicidad, un demonio le anunció que la muchacha moriría irremisiblemente "hoy, al ocultarse el sol". El gigante corrió enloquecido por las montañas, buscando un resquicio por donde evitar que el sol desapareciera y no hallándolo, dio un desesperado empujón al pico más alto, con lo que arrancó un enorme peñasco que produjo una tronera por donde el sol demoró unos instantes más en dar paso a la noche, unos instantes durante los que pudo disfrutar los postreros placeres de su amor. El peñón que arrebató a la sierra, ahora es la islita situada frente a Benidorm que los locales denominan sencillamente "la isla" o "Isla de los Pavos Reales"
Tierra de leyenda, la Costa Blanca y toda la provincia de Alicante parecen salidas de La Odisea. Quizá sea el reino donde Jasón robó el vellocino de oro. Territorio que se adentra en el mar queriendo alcanzar Oriente con el cabo de la Nao, es verde y oro como una divisa taurina perfumada de salitre y azahar, bajo una luz que es puro encantamiento; configura un paisaje labrado como en el poema de Miguel Hernández: "quiero apartar la tierra parte a parte a dentelladas secas y calientes"; mordido a dentelladas de cíclopes, se precipita por doquier en cañadas y barrancos para elevarse esplendoroso en innumerables penachos y atalayas, y en la costa se retuerce, da vueltas y revueltas hasta volver loca a la rosa de los vientos en penínsulas, ínsulas, golfos, calas, peñones y salinas donde reverbera el sol como en un sueño de Ulises. Blanca costa junto al mar y blancos miradores en las alturas serranas, todo Alicante reluce como si fuera el mismísimo vellocino de oro ribeteado de sirenas varadas. Tuvo que ser en algún punto entre las salinas de Torrevieja o Santa Pola y el Parque Natural del Montgó donde Ulises estuvo a pique de caer víctima del embrujo de las sirenas, puesto que el embrujo permanece tanto en el magnetismo que atrae a millones de turistas, como en las historias que los alicantinos murmuran. Proliferan las interpretaciones populares sobre el origen de la palabra "Alicante"; una la relaciona con un rostro que, según las luces del día, aparece como un bajorrelieve en el monte Benacantil, coronado por el Castillo de Santa Bárbara, desde donde se sobrevuela la capital y gran parte de su provincia; dicen que el rostro es el de un moro llamado Alí, de quien estaba enamorada la hija del sultán, llamada Cántara; el padre quería casarla con otro, pero amaba tanto a su hija que decidió dar una oportunidad a Alí; prometió otorgar la mano de Cántara a aquél de los dos pretendientes que realizase primero estos trabajos: Alí debía construir un acueducto para llevar agua a la ciudad y su contendiente, descubrir nuevas tierras por mar. Pero sucedió que Alí estaba tan enamorado, que olvidó el encargo en los brazos placenteros de Cántara; mientras, el otro no sólo descubrió ricas tierras, sino que volvió con fabulosos tesoros para ofrecerlos al sultán. Por consiguiente, éste tuvo que cumplir su promesa. Pero antes de la consumación del matrimonio, Cántara se arrojó desde el altísimo castillo y Alí, desesperado, fue tras ella, quedando su pavoroso rictus de dolor esculpido en la cumbre del monte. Aventuran los alicantinos que "Alí-Cántara" se convirtió en "Ali-cante". Otros aseguran que el nombre procedería del poblado romano "Lucentum", que tras grandes vacilaciones descubrieron en un solar cercano a la preciosa playa de La Albufereta. Allí, en lo que los estudiosos creían sólo una necrópolis musulmana, una arqueóloga sueca, Solveig Nordseorm, observó muros que parecían romanos; pero estaban en un solar, donde la insaciable maquinaria constructora de esta costa iba a levantar unos cuantos rascacielos más; Solveig se encadenó a los muros para impedir la entrada de las excavadoras, y gracias a ella pudieron los arqueólogos excavar no para hacer cimientos, sino para descubrir un interesante poblado púnico-romano, visitable en las ahora cuidadas ruinas.
Se llega a Alicante desde el interior peninsular por la ruta que acaba en la vega del río Vinalopó, que ya en tiempos de Alfonso X era la conexión de la Meseta con el llamado "puerto de Castilla". Un rosario de fortines jalonan el camino, muy comercial en la Edad Media, que en aquellos tiempos y aún varios siglos más tarde había que proteger de los piratas, que asolaron las costas alicantinas durante milenios, atrincherados en la isla de Tabarca hasta que Carlos III mandó poblarla con genoveses. Senda de vinos y pasas que competían con las de Málaga, los fortines acompañan al viajero desde la entrada en la provincia: hermosos los castillos de Villena, Biar, Sax, Elda, Petrer y Novelda, donde, además, alguien tuvo la feliz idea de erigir en la cima de un monte el Santuario de la Magdalena, recreación que interpreta en clave local los volúmenes y audacias de Gaudí. Elda y Petrer, aunque forman una sola población dividida únicamente por una calle, comparten una anécdota lingüística singular: a causa de las diferentes influencias políticas, en Elda se habló siempre castellano y en Petrer, valenciano.
De año en año, la capital alicantina hace perder el norte al viajero, sorprendiéndolo con nuevas perspectivas, espléndidas avenidas recién inauguradas y obras soberbias, como el Museo Arqueológico remodelado no hace mucho en la antigua Diputación, un espacio con tantas fascinaciones visuales que cuesta distinguir la realidad material de la virtual; casi no se diferencian los objetos de los hologramas. Obras recientes son también los espacios recreativos del puerto, Muelle de Levante y Panoramis, a los que se accede desde la espectacular Explanada de España, paseo de palmeras solado con un mosaico en ondas rojas, blancas y negras compuesto por 6.600.000 teselas. Son menos recientes las estupendas instalaciones deportivas del castillo de San Fernando, donde se encuentra el estadio Rico Pérez, al que los guasones alicantinos denominan "Tejero", porque la tribuna tiene forma de tricornio a causa de que el constructor José Rico Pérez no consiguió comprar la parcela que le faltaba y al tener que mochar una esquina, mochó también la otra por simetría, quedando la grada con forma de tocado de la Guardia Civil.
La simpatía y la retranca de los alicantinos sale a borbotones. Como todos los pueblos que sufrieron mucho, han desarrollado un sabio sentido del humor, patente en topónimos, apodos y anécdotas. La tierra de cultivos, a veces de un empolvado verde soñoliento y a veces de un amarillo desgarrador, es el escenario que inspiró al oriolano Miguel Hernández aquel niño yuntero, por el que preguntaba: "¿Quién salvará a este chiquillo, menor que un grano de arena, de dónde saldrá el martillo verdugo de esta cadena? Que salga del corazón de los hombres jornaleros, que antes de ser hombres son y han sido niños yunteros". Tierra asolanada, tuvieron que inventar los rius-raus, originales construcciones rurales que son como soportales para protegerse y proteger las cosechas de la tortura canicular. Vencedores de sus penalidades y ahora prósperos industriales del turismo, los alicantinos derrochan imaginación, chispa y simpatía; lo mismo da que sea Roberto, el jefe de seguridad del recién reconstruido Palacio Episcopal de Orihuela (magnífica ciudad monumental donde estos días se puede visitar una bella exposición de arte sacro denominada "La luz de la imágenes"), que Joan Carles, el director de turismo municipal de Elche, o Iván, el guía del Patronato Municipal de Turismo de Alicante que nos conduce por el pintoresco barrio de Santa Cruz derrochando orgulloso conocimiento de la historia de su tierra. El colorista y pintoresco barrio, situado en la ladera del Benacantil, es un híbrido de Judería cordobesa y Alfama lisboeta, donde conviven en santa hermandad los "indígenas" con los "bárbaros" del norte, morenets alicantinos y rubicundos turistas que quemaron el pasaje de vuelta a su tierra.
Denia, milenaria y ancestral, es como un cuadro de Dalí que conserva el encanto de su bahía al pie del Parque Natural del Montgó. Los Morros de Benitachel ofrecen una pausa agreste y virginal en este territorio tal vez excesivamente urbanizado, porque tan inimaginable como que las construcciones invadieran el Pao de Açucar carioca, los rascacielos escalan ya agresivamente las faldas del Peñón de Ifach, mancillando uno de los paisajes más característicos de Alicante; con todo, el peñón desafía orgullosamente a quienes le insultan, como un centinela pétreo que no es gigante ni molino, sino un titán encantado, guardián del reino de Apolo que aún le hace resplandecer. Muy cerca, Altea surge como una pirámide encalada cuando se mira desde la playa, invitando a recorrer sus primorosas callejas con trazado de bastión medieval, antes de correr a zambullirse en las límpidas aguas de L’Alfas del Pi. Poco más al sur, oteando desde la carretera, uno cree llegar a una base interestelar atiborrada de naves gigantescas preparadas para lanzarse a conquistar el espacio; los rascacielos de Benidorm son una aleación de Las Vegas y Nueva York. Alquimia turística, piedra filosofal con la que algún mago transmutó la reseca tierra en oro, el antiguo pueblo de almadrabas parece una locura pero es, en realidad, la industria del ocio más inteligente de España. Desde Benidorm, es pecado no subir a Guadalest, admirando al pasar el pueblo-baluarte de Polop; los riscos que enmarcan y cimentan la minúscula población de Guadalest son como una peineta de marfil emergida de un inesperado mar de bosques; la aldea guarda un arco lleno de insinuaciones, como un ojal perforado en la piedra en busca de oteros sobre el recóndito valle que ya rondaron los romanos, donde hay muchas colinas arañadas de bancales como si los cultivos quisieran subir a contemplar el mar. De vuelta a la costa, Villajoyosa da una lección de arquitectura popular con su multicolor barrio marinero. Casi en Alicante, desde San Juan hay que emprender la subida de la Ruta de los Almendros, visitando Mutxamiel, Jijona –con sus dulcísimas delicias, su castillo de la Torre Grossa y su Museo del Turrón-, y Alcoy, una joya monumental al pie del parque natural Carrascal de la Font Roja. Famosa en todo el mundo por su fiesta de Moros y Cristianos, Alcoy merece la fama por ella misma, por sus museos, iglesias y plazas que la convierten en dama y señora del interior alicantino, que no sólo tiene la chistosa moral del Alcoyano, sino la que le proporciona el empaque de su primoroso paisaje urbano.
En el sur de la provincia los horizontes son más anchos. Las salinas, urbanizaciones, dunas, lagunas y playas kilométricas se alternan para deslumbrar como espejismos en Santa Pola, Guardamar o Torrevieja. Pero es por el interior donde aguardan las maravillas más cegadoras. Orihuela fue capital provincial y se nota en la Iglesia de Santiago, en los claustros de la Catedral y la Universidad y en la abundancia de torres y cúpulas de tejas vidriadas de azul. Elche, populosa y asombrosamente próspera, es un oasis de paz donde uno quisiera cobijarse del estrés; en el Huerto del Cura y por todos lados, el palmeral crea una pantalla protectora contra el ruido, la agitación, las frustraciones, el miedo y el calor; en la Calahorra, en los mercadillos, en Santa María, en L’Alcudia, en los museos, en el Río Safari, en todos los rincones apetece cantar una serenata a la Dama de Elche para darle las gracias por acogernos en su portentoso feudo.
Relatan los cronistas que, un buen día, la Santa Faz lloró una lágrima de sangre. En aquel entonces, los levantiscos sarracenos pugnaban por reconquistar estas tierras y, sobre todo, ansiaban destruir un símbolo cristiano que odiaban. Enviado un emisario desde el monasterio a Alicante para comunicar el milagro de la lágrima y enviado otro desde la ciudad al monasterio para alertar de un ataque morisco, coincidió que los dos mensajeros eran enemigos irreconciliables que habían jurado públicamente matarse. El azar quiso que se tropezaran a mitad de camino; se miraron un instante con furor y desenvainaron las espadas dispuestos ambos a atravesar al otro; pero una chispa prodigiosa iluminó sus corazones, tiraron las armas a tierra y se abrazaron, y fueron desde entonces fraternales amigos inseparables.
Es posible que éste sea el origen de la amigabilidad de los alicantinos, la capacidad infinita de hacer que nos sintamos en casa, en territorio propio. La ciudad de Alicante, las emergentes poblaciones costeras y las tradicionales y hermosísimas del interior están llenas de maravillas monumentales y naturales, pero el principal atractivo de Alicante es su gente. Pueblo fronterizo y mestizo que lleva en sus genes las convulsiones y las invasiones de milenios de historia, posee la sabiduría necesaria para no ser altanero con quienes llegan a admirar sus obras. No extraña que los turistas sean más y más cada año.

viernes, 18 de febrero de 2011

¿estafan todas las editoriales catalanas?

LAS ESTAFAS DE ROCA EDITORIAL Y OTRAS MUCHAS

Los lectores españoles seguramente no imaginan la vida que los escritores podemos llevar.
Hay que señalar que en España hay muy pocos escritores que se dediquen en exclusiva a la literatura. Casi todos los nombres que ustedes pueden ver en las portadas de los libros corresponden a profesionales de otra cosa: profesores, periodistas, médicos, políticos, artistas y demás.
No hay muchos escritores profesionalizados en España, simplemente porque las editoriales, casi todas, se quedan con la mayor parte del dinero que nos corresponde por ley y de acuerdo con los contratos.
Se valen de argucias para no pagar más que una pequeña parte de lo que se comprometieron en contrato. Por lo general, los escritores contratamos por un ocho o un diez por ciento del precio de venta. Un precio de venta que se distribuye así: cincuenta o sesenta por ciento para los distribuidores y librerías, treinta por ciento para las editoriales y diez por ciento para el autor. Según la ley, es así, pero las editoriales –sin ninguna clase de escrúpulos-, ven muy tentador el dinero que administra del autor y por lo general recurren a la siguiente artimaña para quedarse con la mayor parte del dinero que el autor se gana: NO SUELEN INFORMAR DE LOS LIBROS VENDIDOS.
En cambio, envían a los autores unas planillas donde indican los libros entregados a los distribuidores, de los que restan los libros que los distribuidores les devuelven sin vender, y del resto, calculan el porcentaje contractual..
DE ESE MODO, LAS EDITORIALES SE APROPIAN ILEGALMENTE DE UN 70 % DE LOS DERECHOS DE AUTOR
Que es lo que haced conmigo Roca Editorial
UNA ESTAFA EN TODA REGLA.

Lo hacen casi todas y por eso ningún escritor puede vivir decentemente de su trabajo. Todos, TODOS tienen que contratarse como articulistas u otras cosas. EN ESPAÑA JAMÁS PODRÍA HABER UNA ROWLIN.

domingo, 13 de febrero de 2011

LAS ESTAFAS DE ROCA EDITORIAL Y OTRAS MUCHAS EDITORIALES

Los lectores españoles seguramente no imaginan la vida que los escritores podemos llevar.
Hay que señalar que en España hay muy pocos escritores que se dediquen en exclusiva a la literatura. Casi todos los nombres que ustedes pueden ver en las portadas de los libros corresponden a profesionales de otra cosa: profesores, periodistas, médicos, políticos, artistas y demás.
No hay muchos escritores profesionalizados en España, simplemente porque las editoriales, casi todas, se quedan con la mayor parte del dinero que nos corresponde por ley y de acuerdo con los contratos.
Se valen de argucias para no pagar más que una pequeña parte de lo que se comprometieron en contrato. Por lo general, los escritores contratamos por un ocho o un diez por ciento del precio de venta. Un precio de venta que se distribuye así: cincuenta o sesenta por ciento para los distribuidores y librerías, treinta por ciento para las editoriales y diez por ciento para el autor. Según la ley, es así, pero las editoriales –sin ninguna clase de escrúpulos-, ven muy tentador el dinero que administra del autor y por lo general recurren a la siguiente artimaña para quedarse con la mayor parte del dinero que el autor se gana: NO SUELEN INFORMAR DE LOS LIBROS VENDIDOS.
En cambio, envían a los autores unas planillas donde indican los libros entregados a los distribuidores, de los que restan los libros que los distribuidores les devuelven sin vender, y del resto, calculan el porcentaje contractual..
DE ESE MODO, LA EDITORIAL SE APROPIA ILEGALMENTE DE UN 70 % DE LOS DERECHOS DE AUTOR.Que es lo que haced conmigo Roca Editorial
UNA ESTAFA EN TODA REGLA.

Lo hacen casi todas y por eso ningún escritor puede vivir decentemente de su trabajo. Todos, TODOS tienen que contratarse como articulistas u otras cosas. EN ESPAÑA JAMÁS PODRÍA HABER UNA ROWLIN.

viernes, 11 de febrero de 2011

POR LAS CALLES DEL ROMANCE Y LAS COPLAS

Este articulo me lo publicó la revista PAISAJES DESDE EL TREN hace unos ocho años.

¡Madrid, Madrid; qué bien tu nombre suena,
rompeolas de todas las Españas!

Antonio Machado ideó la figura que más genialmente define a Madrid. ¿Qué alias le cuadraría mejor a este rebalaje donde espuman, rumorean y se agitan tantas voces y acentos, tantos colores, tantas devociones y pasiones? El Madrid castizo y postinero, abierto, transigente, hospitalario y campechano que ha visto recorrer el mismo itinerario a Lope y a Ortega, a Calderón y a Benavente, a Quevedo y a Goya, va a ser admirado en televisión por la mitad del planeta el próximo 22 de mayo, durante la retransmisión de la boda de quien está destinado a ser Felipe VI. El Madrid de los Austrias que los Borbones remozaron y Sabatini embelleció es un ámbito primoroso ajustado a la medida del hombre, barroco, neoclásico, herreriano y renacentista pero abarcable, que ha tenido siempre vocación de escenario alentador de amores, reproches, reconciliaciones y romances. Como el flechazo del maharajá de Kapurtala por la bailarina malagueña Anita Delgado durante el cortejo nupcial de Alfonso XIII y Victoria Eugenia en la Carrera de San Jerónimo; venus griega según Valle-Inclán, Anita llegó a ser coronada maharaní, gracias al empeño de la madre de la artista, guardiana tenaz e incorruptible de la virtud de su hija frente a los requerimientos galantes y los diamantes del riquísimo hindú.

Dicen algunos que Madrid carece de personalidad, que no tiene historia ni conciencia del propio ser y que hasta hace un cuarto de hora ni siquiera tenía catedral. Y sin embargo, es inconfundible puesto que no se parece a ninguna otra, fue marco de episodios trascendentales de la historia del mundo, tiene conciencia de ser esponja para asimilar gustos de modo que nadie ni nada parezca foráneo y el final del segundo milenio le trajo la Almudena, una catedral presurosa, leve y azul en la lejanía como una calesa cascabelera por la ribera del Manzanares. Madrid no es arrogante ni desdeñosa, ni se jacta de nada. Es todo de tanto no ser. Afirma mi amigo Kepa, el donostiarra, que la mejor cocina vasca se disfruta en Madrid y Justo, el de Sanxenxo, que la lonja mejor surtida de marisco gallego está en el "puerto" de Mercamadrid. Jordi, el camarero de Sitges, asegura que los més collonuts bunyols de bacallà se degustan a la vera de Azca y Joseíto, el de Nerja, jura por la gloria de su madre que la más sabrosa fritura de pescaíto la sirven por Manuel Becerra y Las Ventas. Rompeolas que nada rompe, en una orilla suave y cordial donde recalan y arraigan todos los modos de sentir, todos los perfumes y perjúmenes, pronto dirán que aquí se saborean las mejores hallacas, fritadas, ceviches, arepas, asados de tiras, feijoadas, ropavieja, empanadas chilenas y tamales.
Lleva doscientos años siendo la primera etapa de la vuelta al hogar para los latinoamericanos que hacían turismo por Europa y ahora tiene una calle, Bravo Murillo, que suena, huele y sabe a avenida sudamericana trufada de zoco mogrebí. Madrecita más que matriarca, en vez de imponer estilos los acrisola todos. Un asturiano puede opinar con acierto que Madrid es por los vetustos alrededores del Ayuntamiento un poco Oviedo, y un valenciano, que hay que ver cuánto ha cantado y se ha cantado a Madrid con batutas, aires y voces levantinas. Para un andaluz de cualquier parte, es la verdadera capital de Andalucía.

Por eso, las coplas con acento entreverado de La Latina y el Perchel han reseñado con tino este Madrid de los fastuosos y bullangueros cortejos por la calle Mayor, las paradas y desfiles de miriñaques, carrozas y abanicos murmuradores por el Paseo del Prado, los tés con pastas de las meriendas del Hotel Ritz, las confidencias ruborizadas entre mocitas pretendidas, las miradas disimuladas de sus pretendientes y las chispeantes leyendas de solapas levantadas para embozar galanteos por los soportales de la Plaza de Oriente, donde una violetera se encontró con unos ojos "que me dieron la vida, que me dieron la muerte". Con sus estatuas, músicos callejeros y parejas de enamorados entre bandadas alborotadas de turistas, la Plaza de Oriente es de por sí un entretenido espectáculo complementado con cafés entre los más bellos y característicos de la Villa y Corte, donde el público, conteniendo el asombro por la presencia de tantas celebridades, aguarda los acontecimientos del contiguo Teatro Real.
"En hombros por los Madriles cuatro duques la llevaron y se contaron por miles los claveles que le echaron" a María de las Mercedes, francoandaluza que reinó lo bastante poco para convertirse en un mito popular, y por ello Madrid la lloró multitudinariamente en la Plaza Mayor, un recinto cuadrado encerrado entre edificios majestuosos con impresionante unidad estilística en sus 437 balcones. En uno de sus arcos, el de Cuchilleros, Madrid estaba buscándolo para prenderlo y como la cantante lo buscaba "sólo parar quererlo", tenía que esconderse "debajo de la capa de Luis Candelas, mi corazón amante vuela que vuela"
Se podía estudiar geografía urbana y elogiar la hospitalidad desprejuiciada vitoreando "Viva el Madrid calesero de los chisperos, de Cuchilleros y Embajadores, viva el Madrid cortesano que abre su mano a los gitanos y a los señores", sobre todo en la mítica Puerta del Sol, donde los carruajes de la nobleza descorrían los visillos con disimulo ante la lotera que, llorando el incumplimiento de las promesas de un conde-marqués, preguntaba "¿A quién le vendo la suerte, mañana sale, que está premiao?, a mí me han dao la muerte con dos puñales atravesaos. La fortuna pa mañana, ¿quién me compra un quince mil? Que repiquen las campanas a la hora de morir". Esta plaza semielíptica, donde recalan los anhelos y emociones de las oleadas que llegan a Madrid, configura un guirigay mitad asombro y mitad canalla. La baldosa del Kilómetro 0, ante el Palacio de Correos (sede del gobierno autonómico), marca el punto de partida de las carreteras radiales frente al Oso y el Madroño, el monumento donde se citan, encuentran y pelan la pava los enamorados de la Villa y Corte.
Si se quería presumir como el extravagante y fantástico marqués de Bradomín, adornándose la solapa, "por la calle de Alcalá, con la falda almidoná y los nardos apoyaos en la cadera, la florista viene y va y sonríe descará a la gente por la calle de Alcalá. Lleve usted, nardos caballero…", delante de tres edificios imponentes: La Aduana, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (con goyas y zurbaranes entre incontables maravillas) y el Casino de Madrid, fachada frente a la que un enjambre de objetivos fotográficos japoneses disparan sin cesar.
Morir, lo que se dice morir, en el Madrid romancero sólo se moría de amor y los puñales atravesados o eran metafóricos o armas de un escudo heráldico, porque en Madrid, Madrid, Madrid, a las chulapas se les coronaba de "Emperatriz en Lavapiés" y se les alfombraba "de claveles la Gran Vía" antes de tomar un jerez en Chicote, "en un agasajo postinero con la crema de la intelectualidad", si es que no se cruzaba la calle para intelectualizarse en el Círculo de Bellas Artes.

Ese escenario "glomouroso", galante y en todas sus esquinas lleno de hermosura, tiene como referencia más señera el Palacio Real. Había sido un alcázar moro que los Austrias reformaron y ocuparon hasta Carlos II, a cuya primera esposa, por no engendrar un heredero, le inventó el pueblo una copla con muchísima… gracia. María Luisa de Orleans era sobrina de Luis XIV, y como los madrileños tenían la mosca detrás de la oreja con la francesita que suponían estéril, le cantaban: "Parid, bella flor de lis, en aflicción tan extraña. Si parís, parís a España y si no parís… ¡a París!". Muerto Carlos sin descendencia, heredó el trono su pariente francés el duque de Anjou, nieto asimismo del Rey Sol y acostumbrado, por tanto, al relumbrón de la corte de su abuelo, que a los diecisiete años floridos de Felipe les resultaba imprescindible. Le aquejaron tantas depresiones en el lóbrego alcázar madrileño, que desde el principio soñó con un palacio a la francesa. Por coincidencia, el alcázar ardió, pero que nadie malicie que Felipe V quisiera emular a Nerón. Se trató verdaderamente de un incendio fortuito, gracias al cual tenemos el palacio real más simétrico, bello y monumental de Europa, encaramado en un repecho que se podría considerar nuestra acrópolis, desde la que se contempla un océano de verdor. Monumentalidad y simetría compartida con la única catedral consagrada por un Papa fuera de Roma, la Almudena, que es un mensaje de amor desesperado de Alfonso XII a María de las Mercedes, dalia que "cuidó Sevilla por la orillita del Guadalquivir", muerta a los dieciocho años, "Adiós princesita hermosa, que ya besarme no puedes; adiós, carita de rosa, adiós mi querida esposa, María de las Mercedes". La catedral de la Almudena será donde los novios reales se den el sí.

Horas antes, las oleadas humanas estarán acudiendo desde todos los puntos cardinales por tierra y por aire, y, principalmente, en tren, tropezándose nada más llegar con la infinita estación de Atocha, rompeolas entre los rompeolas, el lugar con mayores sugestiones literarias de Madrid, donde las duquesas y sus toreros, los condes y sus majas, las marquesas consortes y sus donjuanes deambulan evasivos entre paparazzis que Juan de Tassi y Peralta, conde de Villamediana y Correo Mayor de su Majestad Felipe III, habría tenido que eludir para cumplir las funciones de su cargo, y apresurarse luego a llegar con discreción al galanteo con la reina Margarita ("De vos no quiero más que lo que os quiero"). Sin duda, a la vista del mare magnum de la estación, Villamediana sentiría la tentación de escribir de nuevo "confusión de Babel en esta era…" y echaría a correr hacia la calle Mayor a encontrar su trágico destino, que los malpensados madrileños atribuyeron a los celos del rey, o acaso tendría un momento de lúcida premonición y menor agnosticismo del habitual, y acudiría tras un corto paseo a rezar en el Convento de la Virgen de Atocha, imagen predilecta de las reinas españolas.

El Madrid de las coplas es un encuentro-desencuentro permanente entre el pueblo y la aristocracia. Corte que no conoció la clase media hasta el siglo XX, tenían que abundar las historias de Cenicientas, tanto triunfantes como desengañadas: "Almudena, Almudena, ¿dónde vas, triste de ti?; él es duque y tú, una pobre violetera de Madrid". Lumpen deslumbrado por el oropel, suele haber una lotera, una cantaora o una malquerida que acecha en alguna esquina la llamada de "una voz con corona: si quieres, rosa de mayo, seré el vasallo de tu persona". "Palabras que lleva el viento" y como contaba la Guapa, la Guapa, en ocasiones el galanteador negaba su juramento: "Que yo no te conozco, lo sabe el Papa; allí me está esperando mi prometida y a mí no me detiene ninguna guapa". Pero eran más numerosas la veces que, contagiado del romanticismo del escenario, el aristócrata elevaba a la bella hasta los fastos palaciegos: "Cuando voy a los bailes del duque de Osuna, con el miriñaque de rico moaré" y por eso a Madrid, cortesano y proletario, no se le cae ningún anillo por pringarse las manos con un desayuno con churros la madrugada siguiente de un banquete con faisán. No existe ninguna otra gran capital, al menos en Europa, donde la camaradería entre pueblo e ilustres sea tan proverbial, seguramente como reflejo del temperamento llano de los Borbones, que ha estampado su impronta en este Madrid acogedor que a todos tiende la mano.

Aquí no hay playa, según ironizaba la canción, pero todo Madrid es una playa placentera y cálida donde susurran y se depositan la razón y las convicciones entre sensuales retozos de amor, y también es una playa de la Isla del Tesoro, porque en muy pocas ciudades del mundo es dado encontrar más joyas monumentales en menor espacio. Y hay mucho más: Un ambiente vertiginoso donde trasnochan los europeos con delectación de náufragos; una tasca en la Cava o en Las Vistillas donde saborear un cocidito madrileño con apetito de Robinson; un paseo junto al lago del Retiro, para posar, remar, conocer el futuro y mitigar la sed con una horchata. Y en todas partes, por devoción y destino, siempre un romántico, zarzuelero y chispeante desfile del amor. Un amor que Madrid sabe transfigurar de romancista y liviano en compasivo y solidario cuando es menester; como fue menester durante el gigantesco e indescriptible dolor del 11 de marzo, que al despertar del sacrificio y de heroicidades de proporciones titánicas, ha inundado el vestíbulo de Atocha con una formidable riada de velas rojas como lava incandescente, convirtiéndola en una estación encendida de añoranza y oraciones, en un volcán de amores truncados y corazones a punto de reventar. Ese día y los que siguieron, los madrileños de todas las nacionalidades derrocharon generosidad y denuedo con abundancia tan desmedida, que se han convertido en espejo donde mirarse todas las solidaridades del mundo.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Me llamo Luis Melero

Me llamo Luis Melero.
Soy autor de decenas de libros y he publicado los siguientes:
Cal viva, Málaga del Pedro a la pedrá, El cuarto segmento, El espejo líquido,
Oro entre brumas, La desbandá, Colón el impostor, Los pergaminos cátaros,
Cátaros la libertad aniquilada, Indianos, El ocaso de los druidas.

La editorial de mis 4 últimas novelas, Roca Editorial, me contrató por un 10% de derechos, pero me paga sólo el 3%, habiéndome defraudado más de 100.000 euros en 6 años.
Mientras yo, enfermo, solo y con 500 e de pensión, paso graves dificultades.
Ni el gobierno, ni la generalitat, ni la policía, ni las Cortes ni la justicia me ayudan a cobrar.

Necesito algo que pueda hacer siendo jubilado, una colaboración con la que redondear ingresos que me permitan vivir razonablemente.

martes, 8 de febrero de 2011

DISCRIMINACIÓN PRO CATALUÑA

El estatut de zp nos ha convertido a más de 30 millones de ciudadanos en explotados coloniales de Cataluña, contribuyente forzosos de su prosperidad.

Y ENCIMA, VA ZP Y AUTORIZA A LA GENERALITAT LO QUE NO AUTORIZA A NADIE,
Y CONSIENTE QUE CATALULÑA SE ENDEUDE MÁS, MIENTRAS PROHÍBE A TODOS LOS DEMÁS QUE LO HAGAMOS.

Esta clara discriminación desvela el mercadeo que se trae zp con los votos del Congreso. También desvela la desvergüenza INSOPÒRTABLE DE ZP. ya no disimula siquiera

NO HACE CASO NI A DIOS (FELIPE GONZÁLEZ) QUE DICE CADA DÍA DE QUE DEBE DIMITIR.

¿hasta qué punto está dispuesto zp a arruinarnos?

domingo, 6 de febrero de 2011

Mujeres maltratadas y mal informadas

Recientemente hemos asistido boqueabiertos a casos de mujeres que denunciaron maltratos públicamente en televisión y, poco después, los maltratadores (aparentemente reconciliados en los platós) las mataron.
Creer que somos racionales porque los científicos nos definen así a los seres humanos, es una exageración.
Los energúmenos que maltratan a mujeres o niños incomparablemente menos fuertes que ellos, no merecen pan ni sal. Pero que estos energúmenos sean tan mostruosos no convierte a sus víctimas en bondadosas omniscientes. Creo que estamos errando al aconsejar a las víctimas de maltrato. Las asociaciones que aconsejan públicamente, me parece que incurren en falta de sutileza, porque lo que sugieren hacer es casi siempre provocador. Nadie debe provocar a quien sea incomparablemente más fuerte que él y, desde luego, las mujeres mancilladas y maltrechas no deberían provocar ni retar a sus maltratadores. Creo que deben ser estudiados muy atinadamente los consejos de actuación que se dan a mujeres maltratadas. Y que se haga con profesionalaidad, no con rabia inculta.

sábado, 5 de febrero de 2011

RECUPERACIÓN DE LA MEMORIA. PARA TODOS

Se nos ha dotado de una Ley de Recuperación de la Memoria histórica que es, por lo menos, contraria el espíritu de la Transición y de la CONSTITUCIÓN que aprobamos entre TODOS.

Muchos sucesos y algaradas recientes prueban el intento de ganar SETENTA AÑOS DESPUÉS la guerra civil que provocó Largo Caballero aun que la llevara a cabo el mediocre, panoli y cruel Franco..

Nadie habla de localizar el cadáver de Calderón de la Barca (su tumba fue profanada) ni los miles de fusilados por el Frente Popular en el camino de las pellejeras de Málaga

Tal vez pueda parecer lícito buscar huesos reclamados por sus dolientes, pero ¿no sería justo no discriminar? Dónde estás los huesos de Calderón de la Barca, sacados de la tumba profanada por el PSOE? ¿Dónde están los huesos de los millares de curas fusilados en el Camino de las Pellejeras de Málaga? ¿Dónde está el patrimonio cultural destruido el 11 de mayor de 1931?
Con impericia y carencia a de sentido de Estado, se intenta alterar los 33 años de vida en armonia, para revivir LAS DOS ESPAÑAS,
EL ENFRENTAMIENTO FRATRICIDA Y, POSIBLEMENTE, EL DRAMA DE LA GUERRA, SÓLO PARA DISIMULAR LA INCAPACIDAD DE UNA ÚNICA PERSONA QUE COMETE TRAICIÓN

jueves, 3 de febrero de 2011

La razón del poder y el poder de la razón

Ayer meditaba sobre la adoración y veneración al poder simplemente porque es poder, un vicio que se da en España más que en los otros países que he visitado..
Es posible que todavía no nos hayamos sacudido el peso de la educación dictatorial. Ante determinadas situaciones, son muchos los que cierran los ojos y se comportan como si temieran que pueda abrirse la puerta y entrar un batallón de grises a llevárselos a una mazmorra. “No te metas en eso” “No sabes dónde te metes” “No te metas con ése” “¿Qué podrías hacer tú?” “No te conviene airear esa injusticia”… son frases “cuerdas y sensatas” que oímos constantemente. Frases que la gente corriente esgrime como carbones encendidos contra cualquier acechanza que sus pequeños intereses pudieran padecer.
¿Nos ha penetrado la libertad hasta lo más profundo de la conciencia? ¿Sabemos ser verdaderamente libres? Creo que no. Creo se nos han indigestado muchas de las nociones que sustentan la libertad y la democracia. Me parece que si alguien no se exalta ante injusticias manifiestas, se calla y deja pasar, no es solidario ni es consciente de ser, a pesar de que pregonemos con insufrible autobombo que somos solidarios porque ayudamos a gente lejana cuyo rostro no conocemos. La realidad es que por miedo insolidario hasta con nosotros mismos, concedemos al poderoso el derecho supremo de equivocarse tanto cuanto le dé la gana.
¿Posee grandeza esa gente temerosa y conformista? Decían los socráticos que los sabios tienen sobre los ignorantes las mismas ventajas que los vivos sobre los muertos. ¿Estaremos un poco muertos y por eso no abominamos de las mentiras ni del cinismo? ¿No estaremos a punto de descomponernos y por eso tememos levantar la mano –aunque sólo sea para preguntar-, no se nos vaya a caer al suelo?

miércoles, 2 de febrero de 2011

OPINIONES DE GENTE IMPORTANTE SOBRE MI NOVELA CAL VIVA


Tras las catorce catastróficas inundaciones sufridas por la provincia de Málaga durante el mes de noviembre de 1987, se producen dos misteriosas muertes: Una anciana que fue bellísima de joven y que tuvo una vida muy azarosa, y un hombre de mediana edad que es el adalid de las inquietudes sociales de su comarca.

Al pairo de las investigaciones policiales, el director de un periódico local manda al joven redactor Antero Noble a cubrir el suceso. Insospechadamente, el periodista recién titulado se encuentra durante la investigación y las entrevistas con angustiosos enigmas crecientes y dos biografías insólitas, sin relación aparente entre sí, que le llevarán a descubrir e involucrarse en la tragedia de personalidades muy extrañas y muy poderosas.

De esta novela han sido escritas numerosas frases entusiastas. Tres ejemplos:

“Cal viva es una estupenda novela, muy bien trabada y muy bien escrita”. ALFONSO CANALES, poeta y presidente de la Real Academia de Bellas Artes de Málaga.

“Es un juego permanente de encuentros y desencuentros… una novela amena, divertida, emocionante”. MIGUEL PICAZO, director de cine.

“Una de las mejores novelas que he leído en mi vida”. JOSÉ MARÍA DE JUANA, periodista

martes, 1 de febrero de 2011

OPINIONES SOBRE MIS OBRAS

LA VANGUARDIA, 28 de noviembre de 2005

Y MÁLAGA DESCENDIÓ AL AVERNO

A través de la mirada inocente de un niño se nos revela la pobreza y la violencia que se cernió sobre la ciudad andaluza en la década de 1930.

Caminos abarrotados de padres que llevan a sus hijos más pequeños cogidos de la mano, o en brazos si están enfermos; de niños que lloran de dolor y hambre; de hombres y mujeres con semblante triste, sucio y derrotado con escasas pertenencias; de ancianos y ancianas de mirada cansada y pisar tambaleante... Es el dramático colofón a tres años de locura. Es el exilio republicano de 1939.

Y, sin embargo, este éxodo masivo había comenzado tiempo atrás con el humillante y mortal trasiego humano que habían padecido miles de malagueños al abandonar su ciudad en febrero de 1937, justo ante el avance y ataque de las tropas nacionales. Humillante, porque incluso sin alimentos para los niños más pequeños, hubieron de recorrer por la carretera costera los cerca de 200 km que les separaba de Almería, su objetivo y salvación. Mortal, porque durante el trayecto fueron bombardeados sin descanso por la Luftwaffe alemana, apoyada por la marina italiana. Un capítulo de la encarnizada guerra civil española poco conocido y que el escritor Luis Melero (Málaga, 1942) ha novelado en La desbandá.

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EL CORREO ESPAÑOL, 2 de julio de 2005

EL MALAGUEÑO LUIS MELERO RETRATA EN 'LA DESBANDÁ' EL AMBIENTE PREVIO A LA GUERRA CIVIL

«He escrito la novela tomando como base uno de los sucesos más espantosos de la guerra civil de 1936», declaró ayer Luis Melero al presentar su libro La desbandá (Rocaeditorial).

El escritor malagueño acudió al Museo San Telmo a presentar su nuevo trabajo y luego visitó los stands de la Feria del Libro y el Disco de Donostia, que están instalados en la Plaza de Gipuzkoa.

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EL PAÍS, 27 de abril de 2005

El libro es una reflexión intensa sobre el fatídico bombardeo alemán, una tragedia silenciada en 1937 y que los periódicos de la época no reflejaron. Melero afirma que comenzó a descubrir la verdad de los hechos a partir de una búsqueda que realizó en la hemeroteca del periódico The New York Times, donde se quedó asombrado ante un artículo con una explicación que sus familiares y vecinos rehuían contar. Melero revisita los años treinta y engancha al lector a través del protagonista, Mani, un niño de 11 años curioso y arriesgado. Mani respira todo el ambiente prebélico de una ciudad, Málaga, en la que la violencia se mezcla con la política a diario, y en la que se suceden los asesinatos. Mani lucha por sobrevivir y salir adelante en el ambiente hostil de su barrio humilde, al igual que sus hermanos mayores, divididos por sus ideas políticas.

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LA VOZ DE GALICIA, 20 de Noviembre de 2004

Luis Melero tiene un envidiable currículum aventurero, que incluye viajes y largas estancias en América, África y Europa. También en Galicia, en donde, asegura, están sus mejores amigos. Dice que cada ría gallega «esconde un misterio insondable», pero que el asunto del oro de Vigo tiene un calado excepcional: una flota entera perseguida desde Cádiz a las Cíes por los ingleses, y que se fue a pique con la mayor fortuna que jamás ha cruzado los mares.

—¿A cuánto puede ascender el valor del tesoro que retrata su novela “Oro entre brumas”?

—La versión oficial dice que había 104 millones de doblones de a ocho, que eran piezas de oro de 32 gramos (unos 340 euros cada uno), además de plata, joyas, maderas nobles, piedras preciosas, sedas... Pero en la época era costumbre declarar sólo una séptima parte del valor real de la carga, así que podría haber al menos unos 800 millones de doblones.

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EL MUNDO, noviembre de 2004

UNA NOVELA SOBRE EL SIGLO XVIII - LA LEYENDA DE ORO DE VIGO ES REAL

El escritor malagueño Luis Melero ha presentado su nueva novela 'Oro entre brumas', en la que narra el hundimiento, por parte de los ingleses, de una flota de Indias cargada de tesoros en el estrecho de Rande, y que, posteriormente, dio origen a la famosa leyenda de la existencia de oro en Vigo."No es una leyenda. He tocado con mis manos los galeones hundidos", afirmó el realizador de televisión Fernando Navarrete, que participó en la presentación y aseguró, además, tener más de 400 horas grabadas sobre el tema para un proyecto televisivo que fue paralizado en 1992, tras subir al poder el Partido Popular en Galicia en 1989.

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GALICIA HOXE, noviembre de 2004

O OURO ENTRE BRÉTEMAS DO ESTREITO DE RANDE

A novela 'Oro entre brumas', de Luis Melero, narra o afundimento, por parte dos ingleses, dunha flota de Indias cargada de tesouros preto da cidade da oliveira, que deu orixe á famosa lenda da existencia deste prezado metal nas augas da zona. Editada por Roca Editorial.