
El faisán acostumbra ser el plato fundamental de una idealizada comida de cuento. Pero hay que ver el cuento que se traen con el faisán, sobre todo ese aspirante a príncipe que, antaño, creyó poder mandar asesinar a sus oponentes sin que la ley le cayese encima, y ahora ha caído en la petulancia de creer que ayudando y financiando a los traidores no traicionaba él también.
Es tan feo, que si estuviera en un cuento se llamaría Quasimodo. Él que lo sabe y considera que su retrato no sería apetecible para ninguna princesa, de pronto le parece que ha topado por casualidad con la última posibilidad de su vida: El príncipe reinante tiene una enfermedad terminal y todos le señalan a él como legítimo sucesor.
Se encuentra tan entusiasmado, que no se da cuenta de que el faisán se le va a indigestar.

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