A estas alturas de la historia, nada parece más rancio y fracasado que aquella generación que nos llamábamos “progres” Surgimos como respuesta a los cuarenta años oscuros, aspirando el aire fresco e incontaminado de la libertad. Teníamos que regenerar España –no desmontarla- y correr apresuradamente detrás de los trenes que habíamos ido perdiendo.
Para todo ello, era indispensable despojarnos de los reflejos auto represivos de la etapa anterior. Ser libres empezando por nuestra manera de sentir la vida. Desechar los arneses y volvernos transgresores en una medida educada y prudente.
Pero fueron demasiados los que malinterpretaron lo de la transgresión. De pronto, nos encontramos con señoras muy encopetadas y burguesas que, para ser modernas, se pusieron a robar en El Corte Inglés y Galerías. Hubo matrimonios que, para demostrar definitivamente su modernidad, decidieron escenificar sus encuentros sexuales delante de sus hijos pequeños, para que tuvieran educación sexual antes que uso de razón (hablo de un caso concreto, en que uno de los niños se negó a crecer como Peter Pan y hoy es un mozo que no llega al metro cincuenta completamente traumatizado). Aquella progresía que dio lugar a cosas interesantes pero nocivas, como la Movida madrileña, hemos hecho otras cosas muy nocivas pero nada interesantes.
El resultado es una España clónica de la de 1935, con la juventud peor educada de Europa y la más inculta. ¿PROGRES? ¡Que me borren!
jueves, 10 de marzo de 2011
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